A escasos cinco kilómetros de la villa de Tapia de Casariego, golpeada por la brisa del Cantábrico, la Finca El Cabillón -un proyecto de la Fundación Edes- ultima el cambio de cultivos de cara a la época estival. No faltarán en las mesas lechugas, tomates o berenjenas. La planificación es la misma que otros años, pese a las dificultades que atravesaron al principio de la crisis sanitaria para dar salida a sus productos. Una buena red de grupos de consumo, unida al incremento del reparto a domicilio y la venta directa les ha mantenido a flote. Eso sí, todavía arrastran el cierre de los colegios, la hostelería y las restricciones en los mercadillos semanales.
«Nos pareció paradójico prohibir la venta al aire libre y llenar los supermercados. Creo que hay menos riesgo de contagio en un mercado», señala la responsable de producción, María Celis, que invita a reflexionar sobre un consumo de alimentos «de proximidad y de temporada». Se muestra contundente: «El abastecimiento de productos de primera necesidad tiene que ser local».
«Riqueza y empleo»
No en vano, proyectos como el de El Cabillón, que aúnan esa vertiente de huerta ecológica con la integración laboral de personas con discapacidad intelectual, han demostrado ser más necesarios que nunca. Sin embargo, afrontan un futuro incierto. Antonio García, presidente de la Fundación Edes, apela a un cambio de hábitos, a ser conscientes de las ventajas que el medio rural presenta frente a las urbes. «Las trabas aquí fueron distintas a las ciudades. Tenemos que empezar a creer en lo que tenemos; la apuesta por el campo genera riqueza y empleo», señala.
publicada por diario El Comercio 31-5-2020